Es algo inevitable. A lo largo de nuestra vida habrá malos momentos, en el ámbito personal, familiar y laboral. Tener la habilidad de sobreponerse, de aprender de estas situaciones y salir fortalecidos se llama resiliencia. Y como las empresas están formadas por personas, también pueden ser resilientes.

Ser resiliente, sin embargo, no es lo mismo que ser resistente. Una compañía puede soportar una carga de forma sostenida en el tiempo, pero el problema es que, al final, se acaba sucumbiendo bajo el peso de los problemas. La resistencia no es infinita, a diferencia de la resiliencia, que gestiona las dificultades, extrae un aprendizaje y se incrementa con el tiempo.

No se trata de soportar más y más, sino de parar, ver qué podemos hacer para solucionar los problemas y salir enriquecidos de los momentos de crisis.

No siempre es posible, pero anticiparse a las dificultades es clave. Hay que recopilar toda la información necesaria, ser proactivo y estar preparado. En un contexto como este, la comunicación y la confianza entre compañeros es más importante que nunca.

Para mejorar la resiliencia corporativa es clave definir el rumbo de la , compartir la información de forma clara y evitar los sesgos para evaluar las situaciones. Crear grupos interdisciplinarios para atacar un mismo problema puede resultar muy útil. Es más fácil dar con una solución pensando desde diferentes ángulos.

Cuando vienen mal dadas, una empresa resiliente tiene la habilidad de reaccionar rápidamente para salir airosa. Pero esta capacidad no se genera de un día para otro, sino que ocurre poco a poco, trabajándola cada día.